domingo, 30 de septiembre de 2012

CARLOS NICASIO PERALTA. UNA PARTIDA SENTIDA EN VILLA REGINA.

DON CARLOS NICASIO PERALTA EL MIÉRCOLES 26 DE SEPTIEMBRE PASADO HUBIESE CUMPLIDO 89 AÑOS.
 
 
 
DON CARLOS PERALTA FUE UN FÉRREO DEFENSOR DE LA DEMOCRACIA.
 
En la fría mañana del 6 de agosto de 1946, con 23 años, llega a Villa Regina Carlos Nicasio Peralta procedente de la localidad de Cerro Negro, provincia de Catamarca, con su nombramiento del Consejo Nacional de Educación para la Escuela N° 105. La misma mañana, con una bicicleta prestada se presentó en la escuela para hacerse cargo de su función en un quinto grado. Inmediatamente se sintió integrado a la comunidad reginense, por lo que nunca quiso pedir traslado a otro lugar. Es más, aquí encontró la compañera de su vida, Dina, una reginense descendiente de italianos con quien formó su hogar y tuvo seis hijos, que con el tiempo le dieron 12 nietos. Y así, como tantos otros maestros y maestras, todos los días tomaba su bicicleta para trasitar, con lluvia, vientos y en los fríos inviernos los 8 kilómetros que lo separaban de su escuela. En septiembre de 1960 tras un Concurso fue nombrado Director de la Escuela N° 58, cargo que ocupó hasta noviembre de 1974 en que el gobernador Mario Franco lo designó Presidente del Consejo Provincial de Educación, puesto al que renunció en enero de 1976. Se destaca que Carlos, en esa época, pertenecía a la Democracia Cristiana. En toda su carrera docente se brindó con gran responsabilidad, dedicación e inmenso cariño a los alumnos, fue muy emprendedor e inventivo realizando sus clases amenas e instructivas. En su primer período como director, interesó a las autoridades para la construcción del actual edificio propio de la Escuela N° 58, muy apoyado por el intendente Eduardo González Jezzi.
Partició activamente, junto al grupo que tuvo la iniciativa, en la creación del colegio secundario, el Nacional N° 11, actual CEM N° 11, Pbro. Raúl Entraigas, en el que, durante un tiempo como los demás profesores, trabajó ad honorem. Su pasión fue la Historia Nacional y mundial en todos sus aspectos: histórico, político, literario, cultural, por lo que no desaprovechó ocasión de hacer conocer los hechos históricos de su interés, dando charlas en distintos colegios, radiales y en la prensa. Muestra de ello es también la reseña del Camino al Bicentenario escrita por él, donde su edad no limitó la lucidez y el fervor que lo caracterizaba. Fue un defensor férreo de la Democracia. En los años 1963/1964 fue Concejal Municipal durante la intendencia de González Jezzi. En 1987 fue integrante de la Honorable Convención Constituyente Municipal con el cargo de Vicepresidente segundo con el objeto de establecer la Carta Orgánica del Pueblo de Villa Regina. Siempre tenía en mente proyectos destinados a la comunidad pensando sobre todo en sembrar en los más jóvenes el interés y el amor a la patria, la familia y el estudio.
En agradecimiento a lo que Villa Regina le dio impulsó la creación del Paseo de las Provincias, destacando que debía ser un "Paseo Pedagógico". Su pasión no sólo se limitó a la historia y la educación, en sus ratos libres y ya más desocupado, se dedicaba a la Carpintería donde realizó cunas, baúles, sillitas, mesitas y distintos muebles para sus nietos, sobrinos y amigos.
Variadas maquetas didácticas que en diversas ocasiones expuso. Construyó los muebles de su casa paterna de Cerro Negro (Catamarca) que visitaba entusiasmado para revivir recuerdos inolvidables de su infancia, y por eso también armó hornos de barro en los patios de sus hijos para que recuerden sus raíces y costumbres. Dejó su huella en poesías sobre la familia y los inmigrantes entre otras y para él siempre había más y más para hacer. Nos dejó un legado incríble de Fe en la Juventud, inculcando con su ejemplo que con tesón, decisión y teniendo siempre como bandera los valores irrenunciables de la familia, la fe en Dios y su querida Virgen del Valle la honestidad y la verdad
se puede proyectar una vida plena en paz y armonía.
 
"DEDICACIÓN Y ESMERO".
 
Hemos despedido recientemente al señor Carlos Nicasio Peralta, una persona que supo atesorar, a través de toda su vida, valorables condiciones y aptitudes humanas reveladas en el desempeño de las funciones realizadas en sus años de intensa actividad.
De su labor docente merece destacar la dedicación y el esmero con que se entregaba a esa misión educativa.
Fue director de la Escuela N° 58 durante un largo período, destacándose por un profundo sentido de responsabilidad, manifestando en diaria labor el acompañamiento a los docentes, alumnos, porteras y padres. Supo comprender complejas situaciones y dificultades superándolas y actuando con capacidad adecuada.
Maestros y maestras de la Escuela N° 58 que se desempeñaron en ese período de su cargo directivo, lo recuerdan hoy con un sentido y profundo reconocimiento por sus valores docentes y humanos.
 
Delia Sgala de Giménez.
 
 
"FUE COMO MI PADRE".
 
"Fuí su alumno en la Escuela 105 en el año 1946. Todos íbamos en bicicleta, contentos, junto a otros maestros como Valencia, Rodrigo, Beloc, Barroso y Sra.
Para mí el Señor Peralta fue como un padre, tengo los mejores recuerdos, me acompañó en la educación y de grande me tramitó la jubilación sin cobrarme un peso, ya no hay gente así, desinteresada. Era todo vocación, enseñar con amor, en esa época era así.
Señor Peralta ¡un amigo grandísimo!"
 
Dante Sardot y Sra.
 
 
"LO RECORDARÉ CON AFECTO Y GRATITUD".
 
 
Lo conocí en los años 60 cuando era alumno de la Escuela Primaria N° 58. Don Carlos Peralta fue nuestro director. Nos concieentizaba para que fuéramos en la adultez personas ordenadas, prolijas, higiénicas y que siempre era bueno leer.
Si estudiábamos y respondíamos a nuestra tarea de hogar, nos premiaba con una nota de felicitaciones en nuestro boletín.
Cuando cumplí 18 años comencé a trabajar en LU 16. Don Carlos era el responsable de pagar nuestros sueldos como administrador de ese medio de comunicación. Los años pasaron y desde 1.998 formó parte de la administración de Radio Del Sol.
Conocí a través de sus relatos, una gran parte de su vida en Catamarca y en Villa Regina. Desde su llegada a su primera escuela e nuestra ciudad al ser designado maestro de la Escuela Rural 105. En el andén de la Estación del Ferrocarril lo esperaba el comisario del pueblo para darle la bienvenida. Me contó muchas anécdotas de su paso como funcionario provincial en el Ministerio de Educación del último gobierno peronista en Río Negro con Mario Franco gobernador.
Protestaba con los historiadores revisionistas porque hacen dudar a los lectores del honor y el coraje de San Martín, Sarmiento y Belgrano, entre otros.
En estos últimos tiempos, su ánimo cambiaba porque su vista ya no le permitía leer su diario" "La Nación". La semana pasada fue a despedirme. Creo que decidió irse antes... primero fue su hijo Raúl y años después con la partida de su otro hijo Carlitos, sería imposible soportar tanta angustia y el dolor. Adiós Don Carlos Peralta. Lo recoraré con afecto y gratitud.
 
Carlos Anchustegui.

 
 
"VOCACIÓN DE ENSEÑAR".
 
 Quiero rendir un merecido homenaje al señor Carlos Nicasio Peralta, maestro catamarqueño que durante más de 60 años dedicó su vida al servicio del saber en nuestra ciudad, traducido en su tarea educativa como docente, en su pluma a través de este semanario, en investigaciones sobre historia para ilustrarlas sobre alguna fecha puntual, en su palabra a través de las radios, en sus maquetas didácticas o en Proyectos Educativos Comunitarios como el "Paseo de las Provincias" que el Concejo Deliberante y el Poder Ejecutivo municipal tomaron con entusiasmo como suyo e iniciaron la obra, inaugurándose la primera parte el 25 de mayo de 2010 y aún continúan las obras, convietiéndose en una hermosa realidad.
En este emprendimiento también lo apoyaron las escuelas primarias con monografías sobre nuestras provincias y un grupo de provincianos que se unieron para colaborar con el proyecto.
Toda esta vida inquieta, siempre proyectando aún a los 88 años, puede traducirse en una palabra: vocación. "Vocación de enseñar" ¡Muchas gracias!
 
Celia Moschini.

Se transcribe lo publicado en el periódico "La Comuna de Villa Regina" -edición N° 461-, el miércoles 26 de septiembre de 2012, página 10.

 


lunes, 24 de septiembre de 2012

ESCUDO DE VILLA REGINA Y EL MONUMENTO AL INDIO COMAHUE.

ESCUDO DE VILLA REGINA.


DESCRIPCIÓNEl escudo de la Ciudad de Villa Regina está blasonado por un campo de forma pentagonal.
En la parte superior lleva la inscripción VILLA REGINA con letras negras y fondo color azul que representa el río Negro que con el fondo blanco del resto del escudo representan los colores de la argentinidad.
Dentro del campo lleva lo siguiente: Un círculo que representa la manzana una de las actividades en las chacras reginenses y se divide este círculo en dos sub campos o campos menores.
El campo de la izquierda: tiene un color carmín cargada de once círculos de tamaño desigual de color VIOLETA o púrpura que representan un racimo de uvas que hace referencia a la Ciudad de Villa Regina como Sede Provincial de la Vendimia y otra de las actividades productivas.
En el sub campo de la derecha contiene la figura del Indio Comahue que es de la raza tehuelche que habitara en la región y que se apoya al pie de las bardas reginenses, monumento representativo de la Ciudad de Villa Regina, legado de aquella Primera Feria Nacional del Comahue del año 1.964 que funcionó entre las bardas y la estación del Ferrocarril del Sud; el indio de color bronce u ocre está armado de una lanza y en actitud vigilante mirando el Valle representado, el mismo, por una franja de color verde.
Ya fuera del círculo en la parte inferior aparecen una hoja de vid y una hoja de manzana que representan las actividades productivas de la comunidad reginense.
Al pie del círculo aparece en la zona inferior una franja de color azul que la recorre de forma longitudinal con tres líneas ondeadas de color blanca que representa el río Negro.
Este escudo fue oficializado en 19 de septiembre de 1984.
La ordenanza municipal lleva el N° 50/84 firmada por el Presidente del Concejo Municipal Eduardo Enrique Chiuchiarelli y refrendada por el Secretario de Gobierno, José Jorge Trillo.
MONUMENTO AL INDIO COMAHUE DE VILLA REGINA.

El monumento al Indio Comahue se erigió al borde de la barda reginense con motivo de La Feria Nacional del Comahue que fue creada en 1964 con el objetivo de dar a conocer el potencial económico de la región que se denominaba la "región comahue" y en conmemoración de los 40 años de la ciudad de Villa Regina. Esta Espoferia se proyectó durante 45 días donde expusieron comerciantes e industriales de todo el Valle. Donde había incluso una cascada artificial que bajaba desde las bardas reginenses.
Construido el monumento por el Señor Alberto Sartor, en hierro y hormigón armado, su cuerpo es hueco de la cintura para arriba. Tiene un peso aproximado de 35 toneladas, mide 12,99 metros desde la base. Es macizo hasta su cintura, continuando revestido en su parte superior.
Se utilizaron unas 500 bolsas de cemento, unos 2500 kilos de hierro, 60 metros de metal desplejado, unos 8o metros cúbicos de arena y pedregullo, su construcción demoró unos dos meses (algunos dicen cuatro meses), trabajaron unos nueve obreros. Tiene un peso estimado de unas 80 toneladas. Atractivo turístico reginense emblemático.
El proyectista quien fue quien diseñó, de los gestores y lo puso en pie fue el marplatense Miguel de Lisi quien fuera diseñador y proyectista fallecido el 22 de enero de 2007.
"La idea nació de Bartolo Pasin y Rogelio Chimenti que lo vieron a Miguel de Lisi que era el que había diseñado la decoración del City Hotel. Él hizo los planos en escala, me los trajo y yo empecé a sacar la escala. Tenía que salir de 10 metros y salió de 10,92, más los dos metros de base llegó a 12,90" (testimonio Aldo H. Cardozo del libro "Las historias que nos unen" de Silvia Zanini, pag. 432).
El grupo que participaron en la obra que es una “genialidad del SE PUEDE REGINENSE” en la estructura metálica participó el reginense Aldo Cardozo. Participaron Rogelio Chimenti, Aldo Luna.
El reginense Carlos Basabe Cerdá (el hombre de Buenos Aires Chico) fue quien realizó las tareas de pintura colaboraron el ex cartero Moreno, el tucumano Aguirre y Pedro Passamonti. Para efectuar la tarea se montaron andamios soportando el viento patagónico al punto tal que los tablones de los andamios se volaban hasta un zanjón y los tuvieron que atar con cuerdas. Le dieron una mano de imprimación sobre el cemento y luego dos manos con un preparado de aceite de lino, barniceta y purpurina color cobre.
En 1964 con motivo de cumplirse los 40° años de Villa Regina, la Cámara de Comercio, Industria y Producción (hoy cincuentenaria) fue la propulsora de esta iniciativa en abril de ese año. En agosto de 1964 la Comisión Organizadora se entrevista con el entonces Presidente Arturo Umberto Illia. Esta tiene el apoyo del gobernador de Río Negro, Carlos Christian Nielsen. Le dieron respaldo a la misma el gobernador del Neuquén, Felipe Sapag y el de provincia de Buenos Aires, Anselmo Marini.
Fijó la sede de la Primera Feria Exposición del Comahue que se inauguró el 7 de noviembre de 1964. Villa Regina tenía un poco más de 20.000 habitantes.
El Concejo Municipal de Villa Regina que apoyaron esta iniciativa estaba integrado por: el Ing. Eduardo Agustín González Jezzi como presidente del cuerpo colegiado y como concejales: el Contador Antonio Luis Berola, Don Alejandro Carnevale, Don Carlos Nicasio Peralta y el Doctor Raúl Mario Suárez.

COMITÉ ORGANIZADOR DE LA 1era. FERIA DEL COMAHUE.
Director General: Víctor Biffi, Director Secretario: Eduardo Castro, Director Tesorero: Mario Nelli, Director de Relacciones Públicas: Andrés Aldo Nelli, Director de finanzas: Juan Benedetti, Diretor de Planificación: Rogelio Félix Chimenti, Director de Prensa y Propaganda: Diego López, Director Hidráulica: Bartolo Pasin, Jefe de Suministros: Mario J. Slaen, Jefe de Parquización: José Alberto Sastre, Asesores Legales: Dr. Rubén Tempone, Dr. Mario Virgilio Zecca y Escribano Eduardo Giménez, Secretario de Relaciones Públicas: Dr. Francisco Cittá y  Luis Meneses, Secretario de Prensa y Propaganda: Ovidio Martínez, Proyecto y Dirección Civil: Miguel de Lisi, Secretarios Administrativos: Fernando Agüero y Alberto Selva.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El hombre que “trajo” un pueblo. La historia de la Familia Zanini de Villa Regina.

El hombre que “trajo” un pueblo
 
Cansado de ver a su familia sufrir el hambre, Santos Zanini decidió instalarse en la Argentina, donde participó en la fundación de Villa Regina y ayudó a muchos otros inmigrantes.


La historia de mi familia -comienza explicando Rómulo Zanini- ha sido la de una familia común que participó en la evolución del pueblo que recién comenzaba a existir”. Pero son justamente las acciones de las familias comunes las que lograron que Villa Regina creciera y se convirtiera en la ciudad que es hoy.
Santos Zanini, el abuelo de Rómulo, nació en 1894 en Robledo, ubicado en la provincia italiana de Udine, en la región de Friuli. Robledo era un pueblo pequeño, “de diez casas”, grafica Roberto, uno de los hijos de Santos, que está ubicado en el noreste del país.
La población de Robledo y los padres de Santos trabajaban en sus chacras, donde cosechaban todos los alimentos necesarios para su subsistencia. Pero en 1914 la Primera Guerra Mundial quebró la tranquilidad del lugar. Santos, que había cumplido los 20 años, fue uno de los jóvenes italianos que lucharon en el frente y que a su regreso, cuatro años después, encontraron su hogar en la máxima pobreza. Sin embargo, Santos se casó y trabajó la tierra hasta que decidió emigrar de Italia. “Luego de la guerra había mucha pobreza en todo el país. Un día mi padre le dijo a su familia: ‘Yo vendo todo y me voy a la Argentina, el que quiera seguirme que me siga’. Y así se trajo a su esposa, Regina Stropollo, a sus tres hijas, a sus padres y a algunos tíos, cuñados y hermanos en el barco ‘Vitorio Venetto’ ”, explica Roberto.
Así, la familia Zanini llegó a Buenos Aires. Santos consiguió trabajo como peón en un campo bonaerense donde se instaló junto con Regina y sus pequeñas hijas, Ada, Yoiela y Carmen. Pero las posibilidades laborales no colmaban las expectativas de Santos y decidió probar mejor suerte en el interior del país. “El jefe de mi papá era ingeniero y cuando papá le dijo que quería irse para Santa Fe él le respondió: ‘Con la familia que usted tiene, le conviene irse para el sur’. Entonces, junto con mamá y mis hermanas se vinieron para Ingeniero Huergo, porque en Regina todavía no había estación de tren”.
“Cuando llegaron a la estación de Ingeniero Huergo era de noche -asegura Roberto-. Allí tenían que esperar hasta la mañana para que la Compañía Italo Argentina de Inmigración los ubicara, porque hasta que les daban las parcelas los instalaban en unos galpones”.
La estación de Huergo era una salita vacía y el frío patagónico comenzó a castigar a la familia. Las niñas se quejaban y Santos buscó algo para hacer un fuego. Lo único que encontró fue un fardo de pasto y lo prendió. “En seguida vinieron el guarda y la policía a llamarle la atención, y casi termina preso la primera noche en el sur”, cuenta sonriendo Roberto.
La CIAC les dio una parcela de diez hectáreas, semillas, animales y otros elementos, como arados de madera para trabajar la tierra. “Venían con una mano atrás y otra adelante -grafica Roberto-. Lo primero que hicieron fue una quinta y un corral para la vaca. Allí en Italia se cuidaba mucho a las vacas porque daban la leche para los chicos. Se les hacían corrales hermosos y siempre tenían comida. Pero la vaca que le dieron a papá no estaba acostumbrada a tanto lujo; había vivido siempre en el campo, y en cuanto la pusieron en el corral saltó por la ventana y se volvió a su campo”, ríe Roberto.
Además de trabajar en su chacra -Nº 116 del lote 6-, Santos lo hizo en la creación del canal de riego. La CIAC les pagaba a los trabajadores por sus tareas en el canal. Con eso, los inmigrantes podían alimentar a sus familias hasta que las huertas comenzaran a dar sus frutos”.
“Mamá siempre se acordaba de los primeros tiempos que pasaron en Villa Regina. Contaba que cuando cocinaba, sobre una fogata que hacía afuera de la casa, tenía que tapar la olla con dos ladrillos porque el viento y la tierra que habían eran terribles”, recuerda Roberto. “También contaba que todo lo que cavaban de día para hacer las acequias a la noche se los tapaban el viento y los peludos”, agrega.
Poco a poco la chacra de los Zanini se colmó de vides y frutales. En esos años, Santos fue uno de los socios fundadores de la cooperativa La Reginense, donde los primeros pobladores de la ciudad trabajaban la fruta en conjunto para abaratar costos.
La mejora económica le permitió ayudar a su mejor amigo, de apellido Pestrin, que seguía viviendo en Italia. “Papá y Pestrin vivían en el mismo conventillo. Era en realidad una casa enorme de tres pisos habitada por varias familias. En el piso inferior estaban la cocina y el comedor; en el segundo, las habitaciones y en el tercero, el granero. Papá trajo primero a su amigo y su hermano en 1948 y, al año siguiente a la esposa y a las hijas de su amigo. Todos se quedaron en casa hasta que consiguieron su propia parcela”, explica Roberto.
“En casa de papá siempre había mucha gente. El siempre ayudaba a los italianos que recién llegaban hasta que se ubicaban. Trajo a todo Robledo”, agrega Roberto.
Villa Regina estaba en pleno crecimiento y la inauguración del cementerio, en 1925, enfrentó a Santos con un recuerdo que lo colmó de sorpresa y alegría. “Cuando estuvo en la guerra papá soltó un burro y como castigo lo ataron a un cañón durante algunos días. Siempre se acordaba de que llovía y de que el agua llenaba su sombrero y le corría por la espalda. Mientras cumplía su castigo apareció el padre Gardín, que era general en el ejército italiano y que al verlo así intercedió para que lo liberaran. El día de la inauguración del cementerio de Regina el padre se le acercó y le dijo: ‘Eh, ¿ya no te acordás de mí, que te hice soltar del cañón?’. En seguida se abrazaron y después de eso el padre comenzó a venir todos los domingos a almorzar con nosotros”.
La mesa familiar de los domingos siempre estaba llena. Además de las tres niñas que habían viajado con el matrimonio desde Italia, los Zanini tuvieron otros cuatro hijos: Dante, Guido, Carmen y Roberto.
“Papá siempre hacía chistes, era un hombre muy divertido -recuerda Roberto-. Eso hacía que muchas veces mamá lo retara. Mi mamá era mucho más callada, era una buena mujer, pero mucho más seria que papá. A ella no le gustaba salir de la chacra, sólo lo hacía para ir a misa. De todo lo demás que había que hacer en el pueblo se ocupaba papá”, dice Roberto.
Los domingos eran un momento importante para esta familia común que se convirtió, con su trabajo, en pionera de Regina.
 
* Testimonios de vida publicados en Suplemento "El Rural" del Diario "Río Negro", sábado 30 de octubre de 2004.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CARO GIOVANNI por NOÉ SEGÜINO.

Se transcribe CARO GIOVANNI... del libro "DE LAS HISTORIAS NO CONOCIDAS" que son relatos del Reginense Noé Següino (Editorial Esquel S.A., noviembre 1994), páginas 15 a 20.
Las imágenes pertenecen al mismo.
¡Que lo disfruten!
PASAPORTE DE JUAN SEGÜINO
CON EL CUAL LLEGA A VILLA REGINA DESDE ITALIA (AÑO 1924)
CARO GIOVANNI…
Al borde de la trinchera. Sobre el silencio de la metralla.
Giovanni leía un pequeño cuaderno manuscrito con poemas adornados en primorosos ramilletes y guías, pintados a mano.
No reparó en el tiempo que habían permanecido en ese lugar hasta que un disparo rompió el encanto y lo hizo tirar bruces dentro de la zanja, sus pies quedaron afuera, una ráfaga pasó sobre él y sintió el intenso ardor en su pie izquierdo. Reptó hasta ocultarse mientras todo se tornaba en una tronante humareda.  Del borceguí manaba abundante sangre, intentó sacárselo y el dolor fue tan intenso que le hizo perder el conocimiento. Despertó en el centro de atención de campaña, entre lamentos y órdenes. Un torniquete presionaba sobre el muslo, y su pie estaba cubierto por apósitos y vendas manchadas de sangre. Al tiempo fue trasladado al hospital y entre operaciones y rehabilitación pasó los siguientes  dos años.
Casi otros dos había estado en el frente.
Iba a cumplir veinte años; y con una leve renguera cumplía con el servicio de policía del hospital donde le habían salvado el pie. La guerra no había terminado.
El ya no regresaría al frente.
Unos años después terminaba la pesadilla. Dado de baja, con los honores de herido de guerra viajó hasta su pueblo natal y cruzó los Alpes hasta llegar a Suiza, país que se había refugiado la familia de su novia. Aquella jovencita de quince años que había puesto en sus manos poemas que escribía y adornaba con gran arte.
La comunicación con Giannina había sido muy dispersa en los últimos cuatro años. Buscó la dirección que tenía de mucho tiempo atrás en Ginebra, y con ella a la esbelta rubia de veinte años que lo recibía cálidamente. Salieron a pasear esa tarde. Sus padres, burgueses perseguidos por la postguerra intentaban instalarse allí.
Giovanni le propuso viajar a América, se hablaba mucho de Argentina en Italia. Nuevos horizontes, escapar de una Europa en ruinas. Ella lo pensó pero no podía decidir; sus padres.. Que esperara un poco más, las cosas cambiarían y luego… Giovanni regresó las siguientes tardes, insistió en su propuesta y luego le dijo que lo suyo era amor, que viajaría solo y que regresaría a buscarla.
Cuando se despidieron, un cuaderno con tapas de lona negra, acompañaba a Giovanni.  Lo leyó durante el largo trayecto por el mar, mecido por las olas. Lo releyó pensando en la nueva lucha que tenía que emprender, una forma de vivir y no de morir.
Su llegada a Buenos Aires se registró en febrero de 1923, y con el grupo de inmigrantes que viajaban con él se dirigió a la cosecha fina. Algunos ya habían venido el año anterior.
Giovanni fu apadrinado por un siciliano grandote que tenía experiencia en deschalar maíz, hombrear bolsas de trigo y dormir a la intemperie. Buena paga.  Se podía vivir y ahorrar para regresar a Europa con dinero.  La estación de trenes de la localidad de Álvarez, pequeño pueblito de la provincia de Santa Fe lo recibió en el desértico andén.  Por las ventanillas del vagón su vista captaba la inmensidad y el verdor de las pampas argentinas. La vívida luz solar, en la tarde de febrero no lo adormilaba, todo lo contrario, le hacía abrir los ojos a una realidad totalmente desconocida. Sitió el aroma fresco de lo nuevo, que borraba en su interior el olor a sangre y pólvora.
El punzón para deschalar las espigas de maíz, le había sacado ampollas y el fino serrucho de la chala seca le abría grietas sangrantes en los dedos.  Se defendió como lo había hecho en el frente. Conocía la supervivencia , el tiempo del hospital le había hecho dado experiencia en heridas. Tapó sus manos y se olvidó de ellas.
La noche era corta para descansar; en este país el sol regresaba antes de lo que dura una noche. De la troca del maíz, pasó a hombrear bolsas de trigo detrás de la trilladora. Ahora no había noche; sólo dormía aquel que quería, y esto significaba menos chapitas por cada bolsa  acarreada a la gran chata rastrera tirada por seis percherones.
Su compañero no dormía; Giovanni solía dejarse llevar por el sopor y caía sobre la trilla olorienta para despertar sobresaltado con el resabio de las trincheras entre gritos y el estruendo de la máquina.
Su piel tomó el color de la arpillera.
Sólo cuando llovía, debajo del carro cubierto por una gran lona para que no se mojara el grano embolsado, Giovanni se permitía recordar y añorar. Su amigo gruñía en dialecto cuando el cuaderno de tapas negras aparecía en sus manos.
Lo traía atado a su pierna con dos correas de cuero que habían sostenido la mochila de los cargadores.
Su trabajo estaba dando resultado.
La cocina ambulante servía en el rastrojo un abundante y diario puchero, con grandes trozos de carne, papas y un jarro de caldo espeso y salado junto a la galleta seca y crocante. La paga era por semana, contra la entrega de las bien cuidadas chapitas que colgaban en el cinturón.
La temporada terminó.
El frío comenzaba en la Argentina.
El mar lo recibió para descansar en el barco.
Acunó sus ahorros junto a sus ilusiones. Visitaría a su padre, llegaría a Ginebra y convencería a Giannina para regresar juntos a la Argentina; ya conocía parte del idioma y parte de la geografía, y en el puerto de Buenos Aires había visto la promoción de una nueva colonia para italianos que patrocinaba la Compañía Italo Argentina de Colonización. Había preguntado y le habían informado todo sobre el proyecto.
Regresaría.
Los días de Nápoles, junto a su padre y a una hermana que se había casado antes de la guerra, sólo avivaron su urgencia de huir de allí. Don Blas serruchaba leños que después vendía;  y su hermana se quejaba a la par de sus lacrimosos hijos.
Llegó a Ginebra con los pasajes listos, sólo faltaba la documentación de Giannina. Se casarían inmediatamente; ya se lo había comunicado en su última carta desde Argentina. Luego se embarcarían con ese baúl que él había comprado. Detrás del candado había herramientas y una sola voluntad.
La gran casona estaba silenciosa, y cuando se acercó un mal presagio pasó por su mente. ¡Había otros ocupantes! Supo por ellos que la familia había viajado sin dejar dicho su destino. Sólo el responsable de la renta podía informarle; allí se dirigió Giovanni.
El hombre que lo atendió  fue parco y no podía darle ese informe.
Los días siguientes regresó al lugar, miraba las ventanas, preguntó a las gentes del vecinadario, esa familia judía era conocida pero nadie sabía su residencia.
Su pasaje, su pasaporte, su reserva de dinero, sus interrogantes; todo lo consumía el tiempo. Dejó algunos mensajes y se marchó.
No dejó de viajar hasta que llegó a la nueva colonia.
Finalizaba el año 1924.
La mayor parte de las tierras se habían distribuido, en su primera, segunda y tercer zona, le dieron una parcela de quince hectáreas en la cuarta. Dentro de la espaciosa casa colónica apoyó el gran baúl.
Sacó las herramientas; el serrucho desgarró un pañuelo de gas.
Bajó la tapa y allí quedó el traje color caoba, sin usar, el que le iba bien con el color tostado de su piel y con los zapatos de capellada blanca, como le había dicho el sastre.
El salitre se arremolinaba como nieve junto a la fina arena que el viento traía de los rastrones que hacían los canales de riego.
Le compró dos caballos a la Compañía y los unió a la mancera del arado.
Elisa había llegado unos meses antes, junto a sus padres y dos hermanas: Don Pietro aventajaba su plantío en la tercera zona, ya colgaba un coy entre dos álamos.
Por la costa del canal Giovanni llegaba de visita.
No tenía a nadie. Hacía dos años que trabajaba de sol a sol, caía rendido por las noches. Había escrito cartas informando su paradero y a su vez pidiendo informes: su padre le contestaba agradecido.
Ese día, ayudaba a Don Pietro a pisar uvas para hacer vino, cuando Giovanni cayó en la cuenta que Elisa no era una niña ¡era una mujer! Pelo recogido, cuerpo ágil, manos inquietas. Le habló, y la fiesta se hizo bajo el parral de Don Pietro.
Antes, Giovanni había guardado en la valijita cartuchera de su arma de guerra, los cuadernos, el pañuelo verde musgo rasgado, un atado de cartas y varias fotografías, y la puso sobre el ropero de una luna que había comprado.
Eran tiempos duros para los colonos, pero Giovanni se sentía conforme; ya tenía una familia. Elisa le dio veinticinco años de su vida y nueve hijos; mientras tanto Giovanni compró otra chacra, plantó tomates para la fábrica grande, cosechó manzanos de sus plantíos, se asoció a la Cooperativa, llevó uvas a la bodega de Don Jaime, hizo ladrillos, amplió la casa, compró un camión Chevrolet 35, taló álamos para el aserradero de Don Antonio, -trabajó-.
El día que Elisa se marchó sin previo aviso, llegaba de hacer un cambio de agua en el riego, se acercó al lecho, el rostro de la mujer que recién había superado los cuarenta años, calmo y rígido sólo contenía un mensaje –mira a tu alrededor-.
Así lo hizo, nueve niños lo observaban, los mayores con ojos de dolor y lágrimas y los más pequeños con grandes ojos de la incomprensión. Alguien avisó a los parientes y amigos. Pepe, su amigo íntimo, su amigo del alma, el ser que se había manifestado como su par para el trabajo, lo abrazó fuerte, lo sentó en el puentecito de la acequia sin agua y dejó que su hombro se inundara con tanta agua contenida.. Y una vez más Giovanni no se dio tregua.
Pasaron diez años después de ese día.
Una noche, a solas en su habitación, bajó la valijita de arriba del ropero. No fue abierta hasta entonces, era el misterio de los niños, y Elisa no había creído necesario preguntar, todos tenían aquí sus historias.
Apretó el botón, oculto en la madera que accionaba la cerradura, y la abrió, tomó sólo el cuaderno de tapas de lona negra; en la parte interior de la tapa, nítida, en la dulce caligrafía, figuraba una dirección:
Pronto sería Navidad.
Regresaba con el Chevrolet “zapo” modelo 48, cargado de cosecheros vacíos, pegó la vuelta por el paso nivel y bajó en el Correo. “El corrierre de la Cera”, un curso de pintura por correo que una de sus hijos había solicitado, una revista de compras de una gran tienda y un sobre ribeteado en rojo y azul rezaba “Vía Aérea”.
Había recibido ese tipo de sobres desde Italia hasta que su padre murió, de esto hacía tiempo. Quiso distraerse, su hermana quizás.
Pero no. Su nombre impreso resaltaba en una letra inimitable, esa mayúscula hacha con un giro de pluma era única. Llegó al camión con las manos mojadas, sentía el ahogo de la palpitación en su garganta. No andaba bien últimamente, tendría que visitar al médico, pero la cosecha no lo permitía. Lentamente se recuperó, arrancó el camión y manejó despacio; sobre el asiento, a su lado, el sobre jugaba con su rabillo temblando al traqueteo del camino.
Le pidió a su hija comer liviano, se acostaría temprano, estaba cansado. Luego de un rato de oscuridad encendió la luz de su mesa de noche, abrió el doblez del periódico y allí estaba, era verdad.
Tenía miedo. Miedo de tocarlo, de abrirlo, miedo de que se esfumara. Tomó el cortaplumas que tenía a mano y cortó por el lado fino, el despliegue de las hojas lo trastornó, se sintió transportado al borde de la trinchera, escuchó el disparo, sintió el dolor intenso de su pie izquierdo, olió el olor de la sangre y la pólvora y pudo retener a tiempo el grito y el impulso incosciente de tirarse a tierra.
Cincuenta y dos años habían pasado de ese día.
Giannina…; esa letra no había cambiado.
De tiempo en tiempo se informaron, con mutuos envíos de fotos se ilustraron de la familia de cada uno.
Giovanni había cumplido setenta y seis años, y esa Navidad uno de sus hijos le había alcanzado el sobre hasta su cama. Permanecía en reposo absoluto. Días después el sobre seguía allí, arriba de los dos volúmenes del diccionario de lengua castellana que descansaban en la mesa de luz. Cuando la noche de los tiempos se hizo sobre él, ya lo había mirado por última vez varias veces.
La tarjeta rezaba los deseos de Feliz 1975.
Un hijo de Giovanni creyó conveniente informar a esa dirección de lo acaecido, y la respuesta de Giannina a ese gesto no se hizo esperar.
Los años no habían borrado el cariño, y el destino había decidido.
Tamaña aventura no podía haber sido para ella resumía en su carta.
Pasó el tiempo, y el olvido pareció cubrirlo todo.
En 1986. Con la edad del siglo, Giannina olvidó la muerte y buscó el número de la casilla de correos de Villa Regina.
El sobre de la mayúscula impecable mostraba un tembloroso giro, y encabezamiento de la carta rezaba:
 Caro Giovanni.
A tempo, non e recivutto la tua lettera… mía salute non me…